Sin lugar a dudas estamos viviendo una de las crisis más impactantes de los últimos años, que marcará un antes y un después en nuestra forma de hacer las cosas y especialmente en nuestra manera de vivir.
Esta crisis inicialmente sanitaria, pero ya crisis social y económica de alcance global, ha puesto en jaque nuestra capacidad de adaptación y nos ha obligado a adoptar de una manera muy rápida nuevos hábitos. Así mismo esta imprevista situación ha dado visibilidad a nuestras fortalezas, pero también ha puesto claramente en evidencia nuestras carencias como colectivo.
Centrándonos en el ámbito sanitario, si ya –según datos del propio Ministerio de Sanidad de 31 de diciembre de 2019– más de 700.000 pacientes se encontraban en lista de espera para la práctica de intervenciones quirúrgicas (30.000 personas más que un año antes), siendo el tiempo medio de espera en España de más de 121 días (información que varía sustancialmente en función de la Comunidad Autónoma, y que a modo de ejemplo reflejan datos como: los 48 días en el caso del País Vasco, los 52 en la Comunidad de Madrid, los 155 días en Cataluña o los 161 en el caso de Andalucía), con la llegada de la “primera ola” de la pandemia la demora asistencial para patologías no consideradas de “urgencia vital”, ni relacionadas con el COVID-19, se ha visto exponencialmente incrementada, y lo que es peor: muchos pacientes retrasan voluntaria y conscientemente la atención pública sanitaria por miedo al contagio, poniendo así en riesgo su salud ante la posibilidad de agravamiento de sus dolencias o de sus patologías.
Lamentablemente se están produciendo más de 200 defunciones semanales por el coronavirus, pero se empieza a evidenciar también el incremento en el número de defunciones por otras causas, en contraste con los datos facilitados por el Centro Nacional de Epidemiología en su informe “MoMo” relativo al pasado mes de agosto.
A la vista de la situación, ante un escenario en el que se están desprogramando actividades de seguimiento y de atención sanitaria, debido a la presión asistencial y al evidente colapso de la sanidad pública, y en previsión de lo que puede llegar a suponer tal situación ya no sólo en el momento actual sino con la llegada de la gripe estacional el próximo otoño, debemos extremar las medidas de prevención así como seguir las recomendaciones que en todo momento se reciben de la Autoridad Sanitaria, valorando a su vez la posibilidad de disponer de un seguro de salud privado que nos ofrezca una alternativa asistencial del nivel que deseamos para nosotros y para los nuestros.
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